Muchos desde las alturas han afirmado con la soberbia del que manda que “el poder solo desgasta al que no lo tiene”. Los griegos llamaban hibris a esa enfermedad que torna al líder infatuado, soberbio y sin capacidad de reconocerse ni humano ni menos falible. Su discurso tronante desafía a cualquier dios que se le ponga enfrente y nadie en su torno se anima jamás a desafiar sus afirmaciones y menos a cuestionarlo so pena de acabar entre los trastos del poder. Los hay tantos en nuestra América joven como también en cualquier parte del mundo que ha sido sujeto de análisis el comportamiento de estos líderes infatuados y soberbios .
Dos autores norteamericanos Owen y Davidson en un artículo de la revista “Brain. Journal of Neurology en el año 2009 resumen las 14 características de este tipo de líderes enfermos del síndrome de hibris y Carlos Pagni lo resume así: 1) ven el mundo como un lugar de autoglorificación a través del ejercicio del poder; 2) tienen una tendencia a emprender acciones que exaltan la propia personalidad; 3) muestran una preocupación desproporcionada por la imagen y la manera de presentarse; 4) exhiben un celo mesiánico y exaltado en el discurso; 5) identifican su propio yo con la nación o la organización que conducen; 6) en su oratoria utilizan el plural mayestático “nosotros”; 7) muestran una excesiva confianza en sí mismos; 8) desprecian a los otros; 9) presumen que sólo pueden ser juzgados por Dios o por la historia; 10) exhiben una fe inconmovible en que serán reivindicados en ambos tribunales; 11) pierden el contacto con la realidad; 12) recurren a acciones inquietantes, impulsivas e imprudentes; 13) se otorgan licencias morales para superar cuestiones de practicidad, costo o resultado, y 14) descuidan los detalles, lo que los vuelve incompetentes en la ejecución política. Estas características caben para describir con claridad a varios mandatarios que se creen imprescindibles y que sin ellos el país andaría a la deriva. Sin embargo, la historia nos cuenta que retirados, derrotados o derrocados muchos de estos líderes reconocen luego esta enfermedad que no la percibían durante el ejercicio del poder y menos aún tenía conciencia del daño que hacía colectivamente este tipo de enfermedad mental.
Lo peor es que el país que prohíba este tipo de liderazgos solo conoce los efectos desastrosos de su mandato luego de un tiempo para terminar afirmando como los alemanes cuando vieron la diferencia de liderazgo entre Adenauer y Hitler, donde “había estado ese viejito cuando más lo necesitábamos”. Pero ya era muy tarde. El país y gran parte del continente había sido convertido en ruina y cementerio.
Detectar esta patología, denunciarla de manera pública y buscar que la sociedad comprenda el daño que supone el ejercicio del poder con líderes afectados por la hibris le hará muy bien a una América Latina con tanto potencial pero con tan escasa capacidad de explotarlo en beneficio colectivo. El único soberano en esto es finalmente el pueblo que debe reconocer el liderazgo enfermo del sano.
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