Dicen que la boa, antes de tragar a su presa, la encanta y la seduce. Con su aliento la adormece y luego, la engulle. En otros cuentos, en algún momento se rompe el encanto: la carroza vuelve pronto a su forma original de calabaza y la princesa vuelve a ser la Cenicienta cuando pasa el mágico momento del hechizo.
El país de las maravillas, está sumido en esas dos formas de encantamiento: la de la serpiente, y la del efímero hechizo. Mientras a unos, la boa del poder los engulle y se dejan tragar por ella sin chistar, encantados de la vida, saltando de ministerio en ministerio, de puesto en puesto; a otros, como que les va pasando el encantamiento. Desencantados algunos porque la carroza de Montecristi parece que ya se volvió calabaza. Desencantados de que una consulta atentará ahora contra la que creyeron la mejor, más verde y más bonita Constitución del mundo, porque, seguramente, será desaprobada y violentada hoy, de la misma manera que fue aprobada ayer: con un sí rotundo de apoyo al gobernante (¿o creían de veras que quienes votaron por la Constitución la habían leído y votaban con esa convicción?).
Desencantados quienes se dan cuenta hoy de que los hospitales están igual de enfermos que ayer; la justicia igual de injusta; las instituciones, desinstitucionalizadas y la educación todavía es bastante pobre. Desencantados quienes creen (aunque sigan encantados trabajando en ello) en la propaganda del ITT y la parafernalia del Yasuní. Desencantados quienes cantaron que la izquierda unida jamás sería vencida y que se encuentran con una izquierda que, ni es tan zurda, ni tan unida.
Todavía los desencantados, o no se acaban de desencantar del todo, o no aceptan la desaparición del proyecto por el que apostaron, o no encuentran la voz cantante que los represente sin “caer en el juego de la derecha”.
A muchos, tal vez a la mayoría, la varita mágica de los bonos y del empleo en el Estado, los seduce, con el encantamiento propio de la publicidad con la que se vende el mundo feliz (mundo feliz que también vende la Coca-Cola). Aún estarán convencidos de que, con la varita mágica del voto y la consulta, es decir, del costoso ejercicio de la democracia plena, la justicia será verdaderamente justa, se acabará la impunidad, dejarán de matar y robar en las calles, los buses dejarán de accidentarse porque se volverán nuevos, no se morirán ni los toros ni los gallos, nadie entrará en un casino, los canales de televisión dejarán de pasar enlatados violentos o telenovelas de mafiosos, mientras que los periódicos publicarán solamente buenas noticias y finalmente, todos estaremos de acuerdo, viviendo felices y comiendo perdices. Sí, encantados. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.