Parece cierta la tesis de que el Estado como tal no tiene éxito cuando crea y organiza empresas. Tantas dificultades, tantas personas en la dirigencia no consiguen el anhelo con que la empresa de gobierno nació. Al parecer, esta tarea corresponde a la empresa privada; y, al Estado, la vigilancia para evitar excesos.
Un episodio reciente fue la empresa Enfarma, creada por el Presidente el 21 de diciembre del 2009. El propósito principal incluía el desarrollo de investigaciones científicas, programas experimentales y mejora tecnológica en materia farmacéutica, con inversión de capital o bienes en la investigación y desarrollo de nuevos principios activos de uso humano, veterinario, agroforestal y vegetal en asociación con otras empresas nacionales o extranjeras. La mayor parte de insumos actuales tienen origen químico. El fin –que ya es realidad en otros países- era utilizar la Biotecnología para conseguir otros de mayor eficacia. Incursionar en el campo de la Biotecnología requería alianzas con laboratorios especializados, lo cual no se concretó, excepto con uno para producir vacunas.
Entre los encargos estuvo también la comercialización, importación, exportación e intermediación de medicamentos genéricos.
De todos esos propósitos adquirió importancia la comercialización. En julio del 2012 Enfarma celebró un Convenio con el Ministerio de Salud, contemplando la comercialización de medicinas de origen cubano.
Para construir el gran laboratorio dedicaron un terreno, que no pasó de la nivelación. Un gerente tras otro dieron la tónica con sus propias ideas y en concordancia con el Ministerio. Por supuesto, más sencillo era comprar insumos del exterior por cantidades bastante altas. ¿Para qué realizar esfuerzos de investigación científica y elaborar nuevas medicinas, abastecer el mercado interno y hasta exportar?
Hace poco tiempo Enfarma terminó su existencia por decisión de su propio creador. Durante ese lapso comandaron a esa Compañía siete u ocho gerentes.
Cuando en julio del 2012 se firmó el Convenio de Cooperación con el Ministerio, se estableció el precio de 3´118.741,87 que éste debió transferir a Enfarma. Compras posteriores parece que fueron más cuantiosas y millonarias que las iniciales.
Sobrarían las buenas intenciones de los dirigentes oficiales, pero en empresas de Gobierno por lo general no hay estabilidad laboral y, más bien, aumentan el número de empleados y los gastos de operación. La empresa Enfarma, enfermó. Y murió, al parecer, dejando elevada deuda.
Ojalá esta lección sirva para que, en el porvenir, los gobiernos de turno estimulen nuevas empresas privadas y otorguen trato justo a las existentes. Así, habrían inclusive más plazas de trabajo hoy angustiosamente necesarias; y, también, tranquilidad social.
eecheverria@elcomercio.org