A estas alturas, por más que se empeñe el régimen, la gran mayoría de ecuatorianos es consciente que, a menos de un año para que concluya su mandato, el Gobierno entregará una pesada carga a su sucesor, así este fuese de su mismo signo político.
Por los anuncios de las últimas semanas, en las que se ha indicado que se buscará enajenar activos del Estado, parecería que al interior mismo de quienes hacen gobierno han llegado a la conclusión que hay que buscar liquidez de cualquier manera, pues los requerimientos de la caja fiscal son enormes y los ingresos cada vez más exiguos. A esta situación se arribó por el empecinamiento de los gobernantes de gastar cuanto recurso estuvo a su disposición. Se consumieron los ahorros que se encontraron cuando accedieron al poder, se amplió la deuda con el IESS, se contrataron créditos onerosos que, no obstante, fluían cuando los acreedores consideraban que existía capacidad de pago por el alto precio internacional de su principal producto de exportación. Y, además, se evaporaron los recursos provenientes de la venta de crudo y las recaudaciones de impuestos que, mientras duró la bonanza, estuvieron al alza.
Todo aquello ocurrió sin que seamos capaces de realizar ningún ahorro para cuando las condiciones cambiasen, como efectivamente sucedió. Se criticó y denostó a todo aquél que expresó los riesgos del camino elegido. Pensaron que tenían la verdad revelada, pero no era más que un espejismo que duró lo que un evento exógeno y extraordinario lo permitió. De allí el retorno a la dura realidad, a confrontar el hecho que se agotó la efímera y pasajera riqueza con las urgencias y los requerimientos allí acechándonos.
Queda en evidencia que se actuó con absoluta falta de prudencia, como si los recursos existentes fuesen de naturaleza inagotable, o que alguna influencia teníamos en los mercados internacionales. El supuesto carácter indefectible se evaporó cuando la riqueza se esfumó y se evidenciaron los errores, los despropósitos y el despilfarro. Pero esa es historia pasada. El grave problema radica en resolver esta situación para cambiar de rumbo y buscar, en el menor tiempo posible, restaurar el equilibrio y retornar a la senda del crecimiento.
Por las medidas propuestas y la repetición del discurso, poco o nada se puede esperar de la presente administración. A lo máximo que se podría aspirar es que no empeoren la situación.
Pero a cualquiera que resulte electo en los comicios y le corresponda colocarse al frente, le aguarda un desafío bastante delicado. Habrá que confiar que existirá la suficiente madurez en la ciudadanía para admitir que se pongan los correctivos necesarios.
Los especialistas hablan que todo arreglo tiene que transitar con un acuerdo con los organismos internacionales. Sin embargo, antes que nada, resulta trascendental devolver la confianza y reponer la seguridad jurídica tan venida a menos.
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