El padre François Houtart

Todos sus amigos conocíamos del afecto que el padre Houtart tenía por Nicaragua. Su amor por este país podría expresarse con la canción de Los de Palacagüina : “Nicaragua, Nicargüita, la flor más linda de mi querer, ahora que ya sos libre Nicaraguita, te quiero mucho más”.

Yo le conocí en Managua. Era uno de los ponentes sobre la Autonomía Indígena, que se discutía en la Universidad.

Los indígenas misquitos habían obtenido con la Revolución autonomía territorial y este logro se exponía como ejemplo de lucha por los derechos de los pueblos originarios.

Le recuerdo en el patio del hotel, riéndose de los no prevenidos que lo cruzaban bajo una lluvia de mangos.

Cada Navidad iba a Managua para ver a sus queridos amigos Manuel Ortega, Miguel D’Escoto, Ernesto Cardenal. También visitaba a los niños que vivían en un refugio para los huérfanos de los guerrilleros caídos en la lucha contra Somoza.

En ese tiempo François dirigía la Tricontinental, orientada a ayudar a los jóvenes de Asia, África y América Latina.

Más tarde le encontré en Lovaina la Nueva. Vivía en una modesta casa, en la ciudad universitaria, con la puerta abierta día y noche para los jóvenes que llegaban a estudiar o investigar en la Universidad y que aún no contaban con albergue. Él se había reducido a una habitación ocupada casi por entero por un magnífico escritorio antiguo, heredado de su padre. Unos cuantos gatos entraban y salían, eran sus consentidos.

Cuando vino a residir en Ecuador, sus amigos nos alegramos mucho. Viajaba por el mundo entero pues sus sabias opiniones eran requeridas en diversos sitios de explosiva conflictividad política o social. Esperábamos su regreso con expectativa para ponernos al día, más allá de lo que se limitan a reproducir los medios de comunicación.

A su retorno de Siria, nos develó que el origen de la tragedia de ese país era el petróleo, mezclado con disputas de clanes familiares y creencias religiosas distintas, como la discusión entre algunos musulmanes sobre la existencia de la virgen María.

Una vez a su regreso de México nos relató sobre la decisión de los zapatistas de vivir dentro de sus fronteras étnicas y de hacer realidad su definición de pueblo.

Otra ocasión nos refirió los pormenores de la lucha de los saharauis por la independencia. No dejaba de lado su visión sobre la infausta suerte del pueblo palestino.

Aquí impartía conferencias en varias universidades, descifrando el país a la luz del marxismo y de una concepción humanista que remitía a las ideas de León Tolstoi: el bien común de la Humanidad y la agricultura campesina.

Al mundo y a Ecuador le hace mucha falta el padre Houtart.

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