Luego de leer el artículo de Fabián Corral (26-11), evoqué las primeras clases de castellano (así se llamaba la materia en aquel tiempo, década de los sesenta), cuando el maestro y sacerdote redentorista Galo García Alarcón -con elegancia y modulando la voz- nos leía ‘Platero y yo’, del escritor español Juan Ramón Jiménez. Su formato es de breves capítulos (más de 100); estimularon nuestra imaginación de adolescentes, y nos permitieron enrumbarnos por lo social, pues, realmente que hay cierta crítica social. Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura (1956) hizo justicia con un animal maravilloso.
Recordemos el párrafo: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal …”. Gracias al jurista y gran amigo de la naturaleza, Fabián Corral, por haber asumido la defensa de tan dulce animal, y muy de acuerdo “que hay que sacarlo del pantanoso terreno de la política. No es su lugar. Su sitio está en los polvorientos recintos de Manabí, sirviendo de cabalgadura a los niños montubios; está en los senderos serranos, llevando la carga dominguera (…)”.