ás allá de la religión que uno practique e incluso de que sea o no creyente, la Navidad se ha convertido en un día para demostrar –por medio del regalo– nuestro cariño a las personas más especiales de nuestra vida. Por supuesto que esta fiesta no se limita a un simple intercambio material; también hay reuniones familiares, cantos y comidas. Pero el regalo, ese objeto particular y pensado, constituye una parte fundamental de la magia de esta fecha.
El regalo se ha ganado mala prensa por supuestamente ser la manifestación de una sociedad materialista, cuya felicidad depende del precio de los bienes que posee. Y claro que resultaría desolador que la ilusión de tanta gente en esta época gire en torno al costo de un objeto que se da o se recibe. Pero la supuesta invasión del materialismo es una acusación sin mayor fundamento. Una investigación científica realizada por Francis Flynn de la Universidad de Stanford y Gabrielle Adams de London Business School demuestra que el costo del regalo no tiene relación con el agrado que siente la persona que lo recibe, lo cual suena bastante lógico. Basta con observar a los niños hoy: probablemente la mayoría no esté enganchado al regalo más caro que recibió.
Porque regalar es más que gastar o ser víctima de una cultura consumista. Es pensar en la persona querida. Es demostrar que uno conoce sus gustos, aficiones, anhelos y necesidades. Es un privilegio exclusivo para aquel que entiende bien a su hijo, a su padre, a su pareja o a su pana.
El regalo tiene la virtud de alegrar tanto al que lo da como al que lo recibe. Así como darlo es una oportunidad para complacer, consentir y sorprender, recibirlo es una ocasión para sentirse querido. El intercambio es una manera simbólica de quitarnos la pereza o la mala costumbre de no decir “te quiero”, y también una forma real de sentir que hay alguien que nos estima. La persona miserable no es la que da o recibe un regalo barato, sino la que regala sin ganas o recibe sin ilusión.
Cierto es que hay regalos de compromiso, frívolos, institucionales. Cierto es que hay gente que al momento de comprar piensa más en lo que a ella le gustaría recibir que en lo que le haría feliz a la otra persona. Cierto es que hay sonrisas fingidas y objetos que terminan en el cajón de los cachivaches. Pero estos casos no pueden empañar la emoción que sentimos cuando, acompañados de la gente que vale la pena, abrimos los regalos de verdad.
Hoy es el día del año que dedicamos a darnos ese gusto, a compartir gritos de sorpresa, abrazos y palabras de gratitud, a decirnos implícitamente, por medio del regalo, “pensé en ti” o “esto te va a encantar”; y es el día a partir del cual nos acordamos de las personas que nos quieren cada vez que abrimos el libro o usamos el sacacorchos que nos regalaron, y confirmamos que compartir le da sentido a nuestra existencia.