¿P or qué sigue resonando en nuestras conciencias un discurso como el que Martin Luther King Jr. profiriera en el Lincoln Memorial hace medio siglo? Antes, durante y después de King cientos o incluso miles de oradores han hablado sobre la necesidad de que los seres humanos vivamos en igualdad y en libertad, sin que importen las razas ni las condiciones sociales de las personas.
No obstante, las palabras del activista norteamericano quedarán grabadas para siempre en los anales de la cultura occidental, probablemente junto con el “Discurso fúnebre” de Pericles y la denuncia pública de Cicerón a Catilina por conspirar contra la República.
H. Dreyfus y S. D. Kelly -filósofos de Berkeley y Harvard, respectivamente- se impusieron la tarea de contestar aquella pregunta. Concluyeron que el discurso de King Jr., conocido como “Yo tengo un sueño”, caló hondo en la conciencia colectiva de la humanidad porque fue capaz de generar algo que ellos llaman un “momento sagrado”.
Sagrado porque, según los filósofos antes mencionados, las palabras de Luther King mostraron a las más de 200 000 personas que fueron a escucharle, una nueva forma de sentir y entender el mundo.
Esta nueva forma de experimentar su entorno, les sacaría de sus rutinas agobiantes y les permitiría entender que cada uno de ellos sería capaz de romper sus limitaciones aparentes y aspirar a una existencia mucho más noble y moral.
La experiencia que produjo “Yo tengo un sueño” fue sagrada porque les dio a las personas que asistieron al Lincoln Memorial una esperanza de redención, dicen Dreyus y Kelly en su libro titulado “All Things Shining”.
La cultura helénica llamaba Physis a este tipo de experiencias sagradas o transformativas. Homero las describe como la emoción colectiva que un grupo de seres humanos -en este caso los antiguos griegos- experimentan cuando ven la belleza deslumbrante de Helena o la valentía sin paliativos de Aquiles.
En momentos como aquellos, explican Dreyfus y Kelly, quienes son parte de la escena experimentan esa grandeza aunque ellos mismos no sean protagonistas de nada sino simples observadores.
Las huellas que dejan este tipo de experiencias son indelebles, afirman los autores antes señalados, porque el hombre moderno -el que nació después de Descartes- está acostumbrado a mirarse a sí mismo y a dar importancia a su entorno, solo en la medida que él lo necesite. Los momentos sagrados o transformativos -la Physis- rompe, al menos por un momento, ese encierro personal y nos hace sentir que la persona que está al lado es de verdad un hermano, alguien tan cercano que incluso pudiera ser otro yo.
Sin momentos sagrados como el que produjo Luther King Jr. con su discurso, el mundo sería gris y pesimista, dicen Dreyfus y Kelly.