Hay al menos dos consensos sobre el primer semestre de Lenín Moreno: el primero es que ha hecho un buen trabajo al subvertir la escala de valores dentro de la estructura avasalladora e impenetrable de AP, y el segundo es que, pese a sus anuncios de cambio y a su deseo de apertura, está anclado a una visión económica a todas luces insuficiente frente a la urgencia de contar con un modelo para una reactivación de verdad.
La solución no está en dictar un curso avanzado de economía a su equipo político, y ni siquiera en echar a la calle a su equipo económico. Uno no puede lograr resultados diferentes si actúa como siempre, y a los reyes del endeudamiento, de las medidas recaudatorias y del Estado motor de la economía no se les puede pedir que confíen en el sector privado.
Pero el problema va más allá del frente económico. Basta echar un vistazo a la desconexión entre la producción, el comercio exterior y la política internacional. Desde afuera quizás se aprecia mejor la incoherencia de un Estado que ha firmado importantes acuerdos multilaterales pero que no ha resuelto la normativa de inversión bilateral, que pone trabas arancelarias y que sigue dando prelación a foros regionales con fines ideológicos.
Pero hay un frente interno igual o más complicado, y tiene que ver con las expectativas de los actores de la economía. En estos días se ha vuelto a sentir un conocido viento frío cuando, a la par de las inconsistencias del Gobierno, se escuchan los reclamos sistemáticos de los gremios y se recuerdan innumerables episodios que han terminado con mandatarios aislados en el inevitable camino hacia la ingobernabilidad.
¿Cómo recordarles a personas hechas y derechas, como los gobernantes, que la política no es un fin en sí mismo y que alrededor de los triunfos coyunturales no cabe ningún engolosinamiento ni obnubilación? ¿Cómo recordarles a los gremios que el modelo económico, si bien es importante, no es un fin en sí mismo y que no hay en el mundo, y peor en un país en crisis, una fórmula químicamente pura?
La política económica no sirve si no se sustenta en el tiempo. Debe ser social y ambientalmente justa. No se puede armar de un soplo un mundo ideal cuando recién estamos tomando conciencia de las consecuencias de una larga etapa de endeudamiento, despilfarro, corrupción y falta de libertades. Hay que asumir el precio del cortoplacismo e incluso, si lo hubo, del silencio cómplice.
En un país en crisis que ansía ser sustentable, ¿cuál es la fórmula para una reactivación que preserve la gobernabilidad y la equidad? De seguro no es la que nos proponen los que dejaron al país en bancarrota a punta de créditos colosales y de gastos dispendiosos y corruptos, visto el fiasco de las megaobras de la ‘década ganada’. Y tampoco la de quienes quieren seguir tirándose a la piscina sinmojarse.