Pero lo siembra de mentiras y de zozobra. No es bueno que una sociedad o las personas tengamos miedo, porque cuando el miedo se apodera de nuestro interior son muchas las cosas que se quiebran o se pierden. Los miedos suelen ser viejas cuentas no saldadas que nos impiden afrontar el futuro con esperanza.
Más allá de las buenas intenciones el panorama nacional no es precisamente alentador. Con el dichoso Odebrecht podemos vivir entretenidos meses e incluso años, mientras el modelo económico y político está por definir y los ciudadanos, especialmente los pobres, siguen esperando. Es tiempo de diálogo y las palabras suenan bien. Pero es, sobre todo, tiempo de soluciones, de un gran pacto nacional que nos ayude a recuperar el valor, hipotecado durante bastante tiempo.
La dinámica a la que conduce el miedo es peligrosa. Nos hace acríticos y gregarios, incapaces de desenmascarar la verdad y de hacer frente a la tibieza y a la injusticia. Los tiempos de cambio son propicios para que el miedo nos domine y oscurezca nuestra esperanza. Y hoy, más que nunca, hay que mantener la cabeza lúcida y el corazón a punto. No sé si la nueva etapa que comenzamos es sinónimo de un tiempo nuevo, pero sin duda que puede ser una nueva oportunidad para afrontar los males que nos aquejan. Somos sensibles a los indicadores del PIB, al riesgo país, a la deuda externa, a eliminar el anticipo del impuesto a la renta, a reducir el gasto público improductivo, pero guardamos silencio, un silencio cómplice, ante la violencia sexual, los femicidios, la droga que consume a los niños y adolescentes, los asesinatos de cada día, los sicarios motorizados, los corruptos evadidos, los infinitos jóvenes que ni estudian ni trabajan… No seamos ajenos ni indiferentes. La indiferencia también es hija del miedo.
El país sigue ahí con sus tercas heridas, mucho más hondas y reales que nuestras divisiones ideológicas y estratégicas. Los pobres siguen ahí. Y los indígenas. Y los movimientos sociales. Y los desempleados. Y los informales. Y los subsidiados. Y los carenciados de amor y de compasión. Por eso, no tengan miedo a expresarse, a reclamar, a exigir, a aportar, a pactar. La realidad está ahí, necesitada del aporte de todos. Ojalá que lo entienda el gobierno. Ojalá que lo entienda la oposición. Ojalá que lo entendamos todos y demos a este país, polarizado y necesitado de integración, la oportunidad que merece. Es verdad que mucho queda por hacer, pero el éxito es la habilidad de ir de dificultad en dificultad sin perder el entusiasmo.
No se dejen dominar por el miedo. Es un mal consejero y, aunque dicen que “guarda la viña”, acaba arruinándolo todo cuando domina al hombre. Un campo sembrado de miedos es lo que menos necesita el país. Necesita cosechar consensos y que nadie quede fuera del campo, es decir, del proyecto común.