El horror

“El horror se encontraba a la vuelta de la esquina, pero no lo vimos venir. Cuando nos dimos cuenta ya se había instalado entre nosotros y el país era tan distinto que nos resultaba completamente ajeno. Hoy aquel país de nuestra infancia, que fue una isla de paz, reducto de gente amable y tranquila, ya no existe…”

Estas palabras pronunciadas por un abogado, catedrático y escritor mexicano, llamaron la atención de la audiencia que se había reunido en una tertulia que debía centrarse en temas literarios, pero que derivó casi por completo en la violencia que hoy se ubica en el primer lugar de preocupación de los mexicanos, muy por encima de cualquier otro problema social.

Los que estábamos allí pensamos de inmediato en este país nuestro, que también fue un remanso de paz, y que, sin que lo viéramos venir quizás se convirtió también en un territorio tomado por el horror.

Casi todos pensamos en Javier, Paúl y Efraín, los periodistas y el chofer que fueron secuestrados días atrás en la frontera con Colombia, y, por supuesto, recordamos los últimos atentados que se produjeron en la provincia de Esmeraldas y en sus víctimas mortales: Luis, Jairon, Sergio y Wilmer, y, cómo no, en decenas de heridos que se cuentan hasta hoy por estos actos terroristas.

La cantidad de preguntas que podemos hacernos alrededor de esta extraña situación que vive el Ecuador rebasa sin duda la posibilidad de encontrar respuestas para cada una de ellas, pero no por eso debemos dejar de cuestionarnos, por ejemplo:

¿Por qué se producen estos eventos en el actual momento político del país?

¿Nos está llegando acaso el coletazo del proceso de paz colombiano, o, tal vez estamos en medio de una batalla de carteles?

¿Nos convertimos, sin darnos cuenta, en un país en el que imperan la violencia y el horror?

Si nos remontamos un poco en el tiempo, a lo mejor ciertos eventos nos podrían dar algunas luces, como aquella decisión de sacar del país en el año 2008 la base de Manta que, según el convenio firmado por el Ecuador y los Estados Unidos, se estableció básicamente para el control del narcotráfico. O las suigéneris imágenes de esa convención de izquierdas radicales que se efectuó en Quito poco tiempo antes del bombardeo de Angostura, o los múltiples vínculos y afinidades de políticos reconocidos de nuestro país con dirigentes de grupos guerrilleros colombianos. Y entonces nos preguntamos otra vez: ¿Por qué antes no y hoy sí?

Los últimos días las redes sociales y los medios de comunicación se han llenado de mensajes e información sobre las víctimas del secuestro, y, por supuesto, todos nos sumamos a ellos y estamos con ellos, pero no podemos ni debemos intervenir, peor aún solicitar al gobierno o a las Fuerzas Armadas que entreguen información sobre un caso que, precisamente por su sensibilidad, requiere de reserva y prudencia.

Esperemos que el horror solo sea pasajero, que se disipen nuestras dudas y que regrese la paz, pero que regrese con los tres que nos faltan.

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