Tras su paso por Ecuador, Bolivia y Paraguay, me he dedicado a leer con mayor tranquilidad los discursos y homilías de Francisco. Los ha pronunciado, con claridad meridiana, ante el respaldo multitudinario de la gente sencilla, pero con no pocas dificultades dado el contexto sociopolítico que nos envuelve. Para muestra, valga un botón. Me refiero al crucifijo de hoz y martillo regalado por el presidente Evo Morales. El líder boliviano buscó un eco mediático que, sin duda, logró; pero no logró arrancar del Papa un apoyo a su particular proyecto político.
El Papa apoyó, aquí y allá, cualquier iniciativa a favor de un mundo justo, solidario e incluyente. Más de uno intentó, con calzador, meter el pie de Francisco en su zapato particular. Difícil, por no decir imposible, que el Papa respalde una ideología, se llame socialismo o liberalismo. Con su tono profético y profundamente libre, el Papa es experto en dar esquinazo a quienes buscan apropiarse indebidamente de su mensaje.
Por encima de intereses de partido, el Santo Padre ha promovido una alianza para crear una “patria grande”, no de consumidores, alocados por las ofertas del bienestar, sino de ciudadanos capaces de soñar mundos nuevos. El Papa nos ha llamado, de forma insistente, a desarrollar nuestra riqueza cultural y social, alejándonos de la uniformidad que buscan los mercados y algunos líderes mesiánicos.
¿Cómo lograr un futuro sostenible para nuestros pueblos? Lo primero es no olvidarse del pasado, de los infinitos colonialismos, ajenos y propios, que mantuvieron en pie las mil injusticias sufridas a lo largo de los años. Lo segundo, no dejarse llevar por cantos de sirena: dictaduras de derechas o de izquierdas, regímenes disfrazados de aparente democracia, corruptelas y abusos de poder, límites a la libertad de expresión y a los derechos humanos… No son riesgos superados, sino amenazas reales que, lamentablemente, amenazan al continente.
De aquí la invitación a participar de forma plural, comprometida y responsable en la construcción de la patria nueva. Para este apasionante desafío no basta con que la clase política le diga al pueblo lo que tiene que pensar, hacer o agradecer. Son los ciudadanos los que están llamados a madurar, participar y fiscalizar la realidad.
Las palabras del Papa nos animan a no permanecer sentados en nuestra butaca como meros espectadores. Cada uno, cada partido o movimiento social, tiene una palabra que decir y un proyecto que desarrollar. No basta con emitir un voto, delegar y esperar a ver lo que reparten… Francisco ha recordado a los gobiernos su papel subsidiario y a cada ciudadano su responsabilidad social y política a la hora de asumir su protagonismo personal y compartido.
No dejen que se pierda el eco de sus palabras. No bastan los sentimientos, las emociones del momento. Es necesario releer de forma crítica y asumir los desafíos nuevos. El espaldarazo de Francisco nos invita a un compromiso activo en pro de la dignidad.
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