En los últimos días se ha hecho más evidente la pugna que hay entre las principales fuerzas políticas del país para engrosar la lista de sus aliados. Han actuado sin considerar si comparten un plan programático, una visión de Gobierno o una ideología…
La evidencia es que las alianzas de oposición se han sellado con partidos y figuras que antes fueron colaboradores cercanos del oficialismo. Y entre las mismas opciones críticas al Régimen han entrado en una lógica de subasta, para ganar el apoyo de los partidos que lograron inscribirse para los comicios. Todo en función de qué alianza les ofrece más cuotas políticas.
No ha importado, inclusive, si los partidos con los que se llega a un consenso signifiquen en la práctica un apoyo logístico real para las candidaturas o la misma campaña electoral. Basta, por ahora, con que el nombre esté en la lista. Se han mezclado el agua con el aceite y esto responde a una estrategia política.
Se busca generar la sensación en la ciudadanía de que una u otra alianza política es más fuerte y que, por tanto, tiene más posibilidades de llegar a la segunda vuelta electoral en febrero del 2017.
Así se intenta llegar a un sector del electorado que ha sido identificado con el ‘voto rechazo’ y que ahora engrosa la lista de indecisos. Es decir, que se ha desencantado del actual Régimen y que votará por la persona que tenga más opciones de hacerle frente al binomio oficialista; sin importar el nombre o el plan de gobierno.
La estrategia, empero, puede representar un riesgo posterior para las fuerzas políticas y sobre todo para la gobernabilidad del país. Que en un momento determinado esos grupos o personajes -que no son orgánicos- prioricen intereses personales y se conviertan en una espina en el zapato de la futura administración. O que, por el contrario, el presidente y su movimiento central aprovechen a esos aliados para ganar las elecciones y luego se desmarquen de ellos.