Al remate del mes de mayo, comenzó a agitarse el escenario preelectoral. En la una orilla hay un candidato “fijo”, Rafael Correa, quien se empeña en jugar la carta de la reelección, pero en la otra margen las cosas no están así de perfiladas.
El inevitable supuesto es que para el próximo año habrá comicios generales y que estos tendrán la obligación de ser libres, con absoluta diafanidad en limpieza de los procedimientos. De ahí que tenga mucho sentido el aniversario que se cumplió este lunes, pues correspondió a los 68 años de cuando el pueblo ganó la batalla de la democracia formal, gracias a la revolución llamada a veces “la Gloriosa”, una de las poquísimas verdaderas revoluciones registradas en el Ecuador.
El protagonista culminante fue el doctor José María Velasco Ibarra. Cierto que durante bastantes años previos al 28 de mayo de 1944, Velasco había combatido ya bravamente, sobre todo a través de la prensa – un diario muy político, El Día, y EL COMERCIO, fiel a su línea de imparcialidad e independencia –, con estilo cáustico y directo. Inclusive ya había logrado ganar la presidencia de la república y desempeñarla por un breve período cuando los turbulentos años ‘treinta’, pero no cabe discutir que su más clamoroso éxito popular se dio al asumir por segunda ocasión la más alta magistratura del Estado.
La competencia cívica había sido especialmente dura. Se le oponían de un costado los “conservadores”, acaudillados por el sabio antropólogo e historiador Jacinto Jijón y Caamaño, y con más peligro aún los “liberales radicales” conducidos por Carlos Alberto Arroyo del Río, – también excelente orador – y dotados de sagaz habilidad para la maniobra y las triquiñuelas electorales. Arroyo del Río enfrentó la tragedia de la invasión militar del Perú; sin embargo se había sobrepuesto a varios intentos subversivos y con arrogancia había prometido que no estaría en el ejercicio del poder “ni un día más, ni un día menos” de aquellos que determinaba la Constitución a duras penas vigente, entre remiendos y pedazos literalmente dichos.
Velasco tenía prohibido entrar a territorio ecuatoriano; se trasladó a Colombia, cerca de la frontera común y entonces estalló el cruento golpe en Guayaquil, combatiendo el Ejército contra los ‘carabineros’, quienes habían recibido numerosos privilegios del anterior régimen.
Una alianza de casi todos los partidos y movimientos de la época, le entregó el mando; hubo elecciones de la Asamblea; vinieron las “sanciones” contra los ‘arroyistas’ y comenzó a desmoronarse el casi unánime respaldo de la ciudadanía. Pero al menos se logró institucionalizar el sufragio libre en las Cartas del ’44 y ’46, mediante tribunales que dieran certidumbre y credibilidad a las elecciones. A casi tres cuartos de siglo de la revolución “Gloriosa”, sería del todo inaceptable que se detuviera el tren de la Historia y se volviera a la condenable manipulación de las elecciones.