La herencia más nefasta que nos dejan diez años de populismo es el vacío institucional. Vaciar las instituciones implica volverlas moldeables, volubles, gelatinosas. En síntesis, desconfiables. En el caso de aquellas que son imprescindibles para la convivencia social, como el organismo electoral, los efectos de esta insubstancialidad son devastadores para la sociedad.
Quizás el presidente del Consejo Nacional Electoral pueda contarse entre los primeros y principales perdedores de las últimas elecciones. Por más que se desgañite defendiendo su buen nombre y su probidad, cuestionando las reacciones ciudadanas y las pifias en público, abogando por su integridad profesional, tiene enfrente una realidad adversa, difícil de revertir: la gente no confía en el CNE. Razones no faltan. De poco sirven los adelantos tecnológicos, la infraestructura física, las interminables capacitaciones y la excesiva publicidad con que se promociona, si no logra proyectar una imagen con las más absoluta e impecable imparcialidad.
Es que existen demasiados detalles y hechos que generan suspicacia, y que hacen pensar que el domingo 19 de febrero el oficialismo sí buscó incidir en el proceso electoral. El primero se refiere al intento por impedir que Participación Ciudadana ingresara a sus oficinas por la mañana. ¿Pura casualidad? Difícil creerlo después de tantos años, sobre todo porque se trata de una institución con probada independencia. La queja de su presidenta esa misma noche, a propósito del boicot a sus delegados en distintas juntas electorales, únicamente incrementa los resquemores ciudadanos.
El segundo hecho atañe directamente a la conducta del Primer Mandatario, del binomio oficialista y de sus seguidores en el Hotel Quito. Cinco minutos antes de cerrar los escrutinios se proclamaron triunfadores a partir de la información errónea que presentó una encuestadora afín a Alianza País. Todos los involucrados se burlaron flagrantemente de la ley. Como en el juego de naipes, quisieron ganar por puesta de mano, en una actitud tan irresponsable e incendiaria como la que algunos insensatos protagonizaron en las afueras del CNE en los días siguientes.
El tercer elemento se refiere a la negativa del CNE de hacer público su propio conteo rápido y proclamar los resultados cuatro días después. Fue el tiempo mínimo necesario para que el correísmo reaccionara ante un escenario imprevisto. De ahí salió la burda denuncia del recontrafraude y la amenaza de la muerte cruzada.
En una entrevista de radio en la que Juan Pablo Pozo se quejaba de los desconsuelos y pesadumbres que le está acarreando su función, poco faltó para que se arrepintiera públicamente de haber aceptado el cargo. Porque ahora le agreden hasta desde sus propias filas. Mal paga el diablo a sus devotos.