Hace muy pocos días se celebraron las elecciones presidenciales en la República Árabe de Egipto, comicios que contaron con un escaso porcentaje de participación popular, la que rondó el 41% de la población habilitada para emitir sufragio.
Más allá de los resultados electorales que reafirmaron a Abdel-Fatah Al-Sisi como el Presidente del país árabe, lo más llamativo de la jornada estuvo signado por la significativa e inesperada cantidad de votos que consiguió un personaje que ni siquiera se había presentado formalmente a las elecciones: el prestigioso futbolista egipcio Mohamed Salah.
Más allá de que en los resultados oficiales el empresario Moussa Mustafa Moussa ocupó el segundo lugar, éste se vio superado en las urnas por el famoso futbolista, que obtuvo casi un millón de votos, lo que equivale a más de 4% del padrón electoral. Salah, quien ahora forma parte del Liverpool de Inglaterra, es un futbolista sumamente exitoso y querido en su tierra natal, devenido en estrella mundial, ostentando más de 4 millones y medio de seguidores en la red social Twitter.
Sin dudas, el fútbol genera una popularidad que es deseada y buscada por los dirigentes políticos que necesitan apelar a las mayorías para ser elegidos como representantes.
En los últimos años, en el mundo hemos sido testigos del crecimiento del fenómeno de los denominados “outsiders”, es decir, figuras públicas que a priori no se relacionan con la política sino más bien al ámbito del deporte o del espectáculo, y que en un contexto de apatía y –en no pocos casos- de indignación ciudadana, incursionan en la política usufructuando su alto grado de masividad y reconocimiento popular.
Sin embargo, el caso de Mohamed Salah es novedoso, porque opera de forma inversa, ya que fueron los propios ciudadanos quienes le dieron un apoyo que ni el mismo protagonista pareciera haber solicitado, al menos no de forma oficial.
Durante los comicios, los electores tuvieron que tomarse el trabajo de modificar la boleta antes de insertarla en la urna; ese casi millón de personas debió llevar al menos un bolígrafo para anotar el nombre del candidato “outsider” que deseaban que los represente. Esto habla de un síntoma de desconfianza a los políticos tradicionales y/o una reconfiguración de la idea de líder y, al fin y al cabo, de la política en general.
En definitiva, la confianza que va asociada a la idea de éxito (cualquiera sea el ámbito) no sólo no puede ser subestimada, sino que debe necesariamente ser analizada para poder comprender mejor cómo tomamos decisiones y cómo y qué eligen los que eligen a sus representantes.
No es la primera vez que se cruzan el fútbol y la política, sólo que esta vez en Egipto el encuentro fue fortuito y no intencional.