Un artista de Guayaquil hace su debut en el 2010, una gran exposición de la obra de Eduardo Solá Franco (1915-1996), curada por Rodolfo Kronfle y Pily Estrada, es presentada en el Museo Municipal. Sorprende, sin duda. Sorprende su versatilidad, su conocimiento de mitología clásica, los caminos recorridos. Pero quizás lo que más intriga son sus diarios ilustrados, cuyas hojas seleccionadas pasan cadenciosamente ante el espectador. Quieres detener la proyección y verlos hoja a hoja. Hasta entonces, este catalán de ancestro, había permanecido en un relativo anonimato. Supuse que quizás su calidad de viajero incansable, de vivencias sofisticadamente burguesas conectado con artistas, coleccionistas, bailarines, “gente de sociedad” de todo el mundo, le habían impedido tejer un lugar que reconociera su talento de pintor, diseñador de trajes y escenarios de teatro, de ilustrador. Probablemente su condición de gay autoexcluido en su lugar de origen, habrían también contribuido a desconocerlo.
Pocos años más tarde lo volví a encontrar. Buscaba artistas simbolistas emblemáticos para Ecuador y que tuvieran un alto sentido de diálogo con el mundo. Vinieron a mente tres excéntricos: el “beato laico”, el pintor Víctor Mideros, el primer fotógrafo de arte Emmanuel Honorato Vázquez y, por supuesto, el empedernido simbolista que no cesó de autodenominarse de esta manera hasta el final de su vida, ajeno a las modas artísticas de las vanguardias. Integramos la labor de los tres en la exposición que curamos Rodrigo Gutiérrez y quien les escribe: “Alma mía. Simbolismo y modernidad en Ecuador. 1900-1930” (2013-2014). Una de las siete sedes, el Centro Cultural Metropolitano de Quito acogió una selectiva muestra de estos tres artistas. Cientos de personas se detuvieron a hojear la copia de una pequeña parte de estos diarios realizados entre 1935 y 1988.
Recuerdo haberlo conocido brevemente en los 80; ambos nos embarcamos hacia Playas para asistir a un congreso de historia. Vestía impecablemente, hablaba poco, a veces en un inglés incorregible. No era un profesional de la historia y parecía conocerla más que cualquier asistente. Así son sus diarios pintados a la acuarela y cuyos textos comentan sobre su vida personal, la política española, estadounidense o chilena, las costumbres populares, la música culta o la vida de los improvisados ateliers. Han visto finalmente la luz pública en una impecable edición de cuatro volúmenes, bilingüe, llevada a cabo por el citado Kronfle, con artículos suyos y del estadounidense James Oles (Quito, Imprenta Mariscal, 2015). En Cuenca se presenta el libro y una exposición en el Museo Municipal de Arte Moderno. “Las beatas perduran…” comenta en Quito en 1976; una mujer en chalina, simple y vieja, rodeada de las “trampas de la fe”.