Buena parte del mundo ya conoce lo que es el Yasuní. Al menos el establecimiento político y las organizaciones dedicadas a la preservación natural han oído a las delegaciones del gobierno de Rafael Correa sus discursos y proclamas durante los millonarios peregrinajes.
Es indudable que dejar el petróleo bajo tierra, hacerlo con el concurso de la comunidad internacional y preservar la selva en estado puro, aun cuando sea una pequeña parte de la amplia extensión del Parque Nacional Yasuní, suena bien y es un propósito loable.
Ese discurso fue salpicado de los afanes por mantener a los pueblos no contactados de la zona en esa condición, y eso también vende bien en los foros internacionales. Pero selva adentro la realidad es muy distinta. La reportería de Diario EL COMERCIO mostró las dificultades de pequeños poblados alejados de vías y pueblos. Seis horas para llegar a ellos en pequeñas embarcaciones, costosas cargas de combustibles, épocas del año donde los bajos de los ríos hacen imposible su acceso.
En Kawimeno (en lengua waorani Río de los Loros) hay una escuela unidocente. En una misma aula un solo maestro y tres pizarras para los tres grados. 27 niños se educan allí. Los pobladores se quejan del abandono de los maestros que muchas veces salen con cualquier pretexto y no vuelven. El estado de la escuela contrasta con aquellas infraestructuras de hormigón que dejaron las petroleras transnacionales tan criticadas.
Hoy Petroamazonas no se quiere hacer cargo ni de la escuela ni de nueva infraestructura. Esa es la dura realidad social del Yasuní, más allá de la preservación natural que todos queremos y el Gobierno proclama en sus discursos. Ese es el país profundo.