Más allá de las frías estadísticas están los hechos. Esta vez un periodista de televisión, que por la pantalla chica llegó a millones de televidentes en distintos canales y durante años de trabajo, murió de un balazo.
Es prematuro hacer juicios de valor sobre las causas de su abatimiento. Deberá ser un proceso serio, prolijo y sincero de la Policía y la justicia el que determine lo que realmente sucedió.
Valdiviezo murió por una bala de las tantas que antes acallaron las voces de las miles de víctimas que en las noticias tantas veces él contó. Esas noticias que entregan los diarios, revistas, canales y radios, muchas veces con distancia, otras con una historia humana atrás y, en ocasiones, con el apunte macabro de una crónica de sangre más.
La muerte de Valdiviezo no es noticia porque se trate de un personaje probablemente querido o polémico, como tantos otros que cumplen una labor de cara al público. No. Su muerte duele porque se trata de un ser humano, un padre de familia y un ciudadano al que le pasa lo mismo que a muchos otros seres anónimos.
Más allá del discurso oficial y del señalamiento a los medios por contar estas historias tristes, está una realidad que no la tapa ni la estadística ni la propaganda y que lastima al Ecuador profundo. La historia personal de las causas de este crimen no es hoy motivo de debate. Sí es tiempo de la expresión sincera de dolor que solo mueve a la solidaridad.