Cada vez más gente sale a las calles. Cada vez el presidente Maduro responde con discursos grandilocuentes, amenazas y hasta bendiciones.
La última medida ha sido un nuevo aumento de sueldos. Todos sabemos que es inútil: la inflación de más del 400% se lo come de inmediato. Demagogia pura frente a la falta de alimentos y libertad. Garrote y conflicto.
Hace una semana, la interrupción del proceso constitucional de convocatoria a las urnas para revocar el mandato -impulsado por la oposición – mostraba la verdad desnuda. La oposición busca una salida llamando a Maduro a responder a la Asamblea. Los gobiernistas responden con hordas violentas irrumpiendo en la Legislatura.
Aunque siguen los apresamientos, miles de personas se vuelcan cada día a las calles para poner fin al infierno de tensiones y polarización.
Hace una semana, un Maduro angelical se acercaba al Vaticano. El romano Pontífice, en gesto de buena voluntad, llamaba al diálogo y a la mediación. Un gesto tan voluntarista y positivo como ingenuo, cuando está probado que Maduro no cree en la democracia.
Esta semana con el discurso cargado de epítetos volvió a amenazar a los líderes opositores como Capriles. El colmo llegó con el anuncio del alza de sueldos. Sacó del bolsillo de su camisa roja la cruz que el papa Francisco le había regalado y la puso en su frente. Y luego, sin pudor alguno, bendijo con la cruz papal a sus partidarios.