Es toda una contradicción que uno de los países con la mayor reserva de petróleo del planeta tenga severos problemas económicos de inflación y escasez.
La Venezuela de Nicolás Maduro no es, ni mucho menos, la tierra de libertad y prosperidad que soñó el Libertador Simón Bolívar. Ni siquiera, el modelo de socialismo del siglo XXI que proclamaban los grandilocuentes discursos del comandante Hugo Chávez, a cuya muerte sobrevino la elección de su heredero, elegido a dedo por el agónico líder.
Hoy, la Venezuela de Maduro ve agudizar la polarización. Maduro, que no es Chávez, no heredó su carisma pero sí los problemas de su desordenada administración. La inflación bordea el 45% y reverdeció el fantasma de la hiperinflación que acosó a nuestro continente hace dos décadas.
La escasez de alimentos es un agobio permanente. Y no es que hagan falta artículos de lujo, sino aquellos alimentos básicos como el arroz, la leche, el azúcar, el pollo y, por cierto, el papel higiénico, que se convirtió en emblema del discurso del Régimen y factor de crítica de la oposición.
En Venezuela se regala la gasolina, que tiene un precio irrisorio. Hace falta respeto a la vida. Hay secuestros y robos por doquier y el año pasado se registraron 21 000 homicidios. La libertad de prensa es cada vez menor y los medios oficiales y oficialistas repiten el discurso rimbombante de su líder desaparecido. La demagogia no llena el estómago.