Venezuela no aguanta más. El Gobierno, sometido a un ahogo económico por su propia inoperancia, desespera.
Es verdad que la crisis del petróleo hiere sensiblemente las economías de los países que lo extraen y venden.
Mucho más si en una mezcla de arrogancia e incapacidad no se ha logrado diversificar la producción, sembrar el petróleo, en suma, acrecentar otras riquezas de aquello que da la tierra.
Hace un año la crisis política estalló la protesta social en las calles y polarizó más a un país dividido por las castas gobernantes de modo ex profeso.
Con personas muertas, estudiantes apaleados y dirigentes detenidos la tensión ha venido in crescendo.
El régimen solo salió de su K.O. para organizar giras internacionales con discursos grandilocuentes de Nicolás Maduro, quien intenta emular a su carismático antecesor. Pero a la hora de conseguir compromisos de la comunidad internacional las cuentas no son alentadoras. Ya nadie cree a Venezuela.
La caída abrupta de los precios del petróleo precipita la desesperanza, y la escasez gana la calle. Ahora la demagogia de quienes no pudieron hacer crecer la producción de alimentos se ensaña con los comercios y las grandes empresas.
La crisis es de fondo. No hay dinero, el bolívar -ya podado de ceros- se devalúa a diario minando la economía popular.
Los analistas hablan de medidas cambiarias audaces. Será la dolarización u otro sistema parecido la salida a la debacle. La gente está al límite.