Arturo Chicaiza es la más reciente víctima de un accidente. Ocurrió en la avenida Simón Bolívar, cuando colaboraba con las tareas de educación vial ayudando a sus compañeros de escuela a cruzar la transitada vía. Pese a la presencia cercana de policías el atropellamiento fue inevitable.
La tragedia que nos enluta a todos mostró una vez más la práctica de políticas reactivas en distintos órdenes de nuestra sociedad. Enseguida la autoridad suspendió la educación vial en las calles y el apoyo cívico de los jóvenes. El accidente de Arturo no fue el primero. Cabe decir, sin embargo, que el aporte de la educación vial es indispensable como materia de formación cívica. La grave repetición de accidentes de tránsito, los choferes irresponsables y peatones desprevenidos son, entre otras cosas, producto de las fallas en este tipo de formación desde edad temprana.
Además, hace falta señalización en las rutas y bloquear los pasos en los parterres en las avenidas de flujo más veloz para que los peatones las crucen solamente por los puentes. Pero hay otro aspecto que atenta contra la seguridad vial y la dignidad de las personas. La reportería muestra el transporte escolar en viejas camionetas, como si los chicos fuesen ganado, sin comodidad y con grave peligro.
Es menester además que en los transportes públicos el trato mejore. El respeto a la niñez y la juventud debe sobrepasar las proclamas políticas, los discursos y la letra muerta de las leyes y hacerse una realidad.
El respeto hacia los niños, jóvenes, adultos mayores o personas con capacidad especial refleja el grado de desarrollo y civilización de una sociedad. En esta materia todavía tenemos una gigante deuda pendiente. Procuremos vivir con conciencia cívica.