Mas allá de las tensiones sociales y manifestaciones estudiantiles de los últimos años, el atentado terrorista de ayer es una señal muy preocupante.
En una estación del metro de Santiago una bomba estalló. Las diez personas inocentes heridas, dos de ellas de gravedad, a quienes se sometió a amputaciones, marcan el rostro de una tensión, hasta hace poco insospechada en Chile. La primera reacción de la dolida presidenta Michelle Bachelet la llevó a calificar el hecho de abominable. La Presidenta se comprometió a investigar el hecho.
En días pasados, otras explosiones aisladas ponían la voz de alarma. Las investigaciones hablan de presuntos anarquistas. No se conoce de una acción concertada y, a esta hora, cualquier presunción podría ser aventurada.
Chile superó una etapa dura de su vida social y política. La dictadura del general Augusto Pinochet dejó un reguero de sangre y represión. El Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez también combatió con métodos violentos al régimen militar.
Chile salió del gobierno de facto, vivió cuatro presidencias consecutivos de la Concertación -de centro izquierda- un gobierno derechista y la vuelta al poder de la socialista Bachelet en medio de desacuerdos duros pero civilizados. Esa estabilidad no se puede sacrificar a ningún costo.
Las hipótesis de la geopolítica de Oriente Próximo no pueden ser descartadas, pero ahora cabe una acción de seguridad profunda e implacable para preservar la paz social y la vida de la gente.