En la noche del 16 de abril, la tierra tembló y sacudió a buena parte del Ecuador.El miedo, la incertidumbre y la falta de información oportuna se fueron combinando con las primeras imágenes extraídas entre la oscuridad y los escombros. Se trataba de uno de los peores terremotos de los que tenga memoria el Ecuador; afectó a varias provincias pero con particular violencia a Manabí y Esmeraldas.
Con 671 muertos, más de 6 000 heridos y 29 000 edificaciones afectadas, la reconstrucción empezó cuando miles de damnificados vivían en improvisadas viviendas y muchos en albergues que poco a poco han ido dejando.
Ante la falta de alimentos y de condiciones básicas de vida, el llamado a la solidaridad tuvo una rápida respuesta de todo el país. Quito se organizó y su Alcalde impulsó una cruzada que dio ejemplo. Pedernales, Jama, Canoa, San Vicente, Bahía, Manta y Portoviejo fueron las ciudades más afectadas en Manabí, a más de varios poblados en la zona sur de Esmeraldas. La reconstrucción es lenta y es curioso que Bahía de Caráquez haya sido la ciudad con menor velocidad en su reconstrucción.
Pero del dolor del sismo queda una lección a escala nacional que debiéramos observar. La Norma Ecuatoriana de Construcción apenas si se cumple.
Es inaudito que vivamos al filo del riesgo en un país donde la naturaleza acecha con inundaciones, deslaves, terremotos o erupciones. Hay que pasar del dolor a la acción.