La protesta estudiantil se tomó otra vez las calles de Quito. Ahora la implantación del Bachillerato General Unificado motivó las manifestaciones que ya han causado destrozos y se han cobrado heridos.
Un estudiante del emblemático Colegio Mejía resultó herido de gravedad por el impacto de una bomba lacrimógena en su cabeza. Los compañeros de aula estaban afligidos. El Presidente lo visitó y las autoridades del Ministerio de Educación anuncian investigaciones.
Pero se trata del mismo juego del gato y el ratón que se reproduce toda la vida. Aquel donde los estudiantes apedrean a los policías y los policías reprimen con gases, golpes de tolete y detenciones forzosas. Más allá de la habitual agitación política que suele parapetarse en los estudiantes, la violencia mostró una fuerza particular.
En el Corredor Sur Oriental de Quito, en las avenidas Maldonado y Joaquín Gutiérrez, estudiantes presuntamente vinculados a los colegios 5 de Junio y Sucre, arremetieron contra una parada que quedó destrozada. Rompieron los vidrios, cargaron con la taquilla y prendieron fogatas para impedir el paso por las vías aledañas.
Los daños se estiman en USD 20 000. El perjuicio no solo afecta al bolsillo de todos los ciudadanos, que en última instancia pagaremos la cuenta del vandalismo inaceptable. Especialmente se verán perjudicados los más de 2 000 usuarios que diariamente tomaban las unidades de transporte y, probablemente, los propios estudiantes y profesores de los planteles que escenificaron las protestas, muchos de ellos usuarios de la parada Epiclachima. Las obras de reparación tomarán al menos 40 días.
Distingamos entre ejercer el derecho a la protesta y la destrucción vandálica que todos rechazamos.