Quito entró sin mayores traumas en la primera medida de su historia que busca mejorar la circulación vehicular. La primera semana de su aplicación puso a prueba varios aspectos que deberán corroborarse en el tiempo: una buena disposición anímica de los quiteños y vecinos de la capital a colaborar por el bien común.
Una relativa minoría de ciudadanos vivos o despistados sufrió los rigores de las primeras multas pero su número es insignificante estadísticamente. Será importante, sin embargo, extremar las medidas de control policial y municipal para que el público sienta que no se baja la guardia.
La medida desnudó los principales problemas existentes: una topografía larga y cuellos de botella insalvables. Las calles están mal diseñadas o fueron trazadas para un parque automotor menos numeroso, hay pocos sitios de estacionamiento y una dosis de indisciplina.
Ahora ya hay voces interesadas, como la de los conductores profesionales que hablan de ampliar la restricción a todo el día para dos números terminales. Inclusive ya se está mencionando el alza de las tarifas.
Allí hace falta una autoridad enérgica que impida que haya pescadores a río revuelto y beneficiarios de una medida que resultaba necesaria e impone sacrificios y restricción a la libre circulación en pro del bienestar colectivo.
Las autoridades edilicias no deben dormirse en los laureles ni abusar de la paciencia y confianza de los ciudadanos. Es importante continuar una bien planificada acción persistente en el tiempo, que contemple mejorar la calidad y la seguridad del transporte público, ampliar las calles, ajustar los semáforos, impedir que circulen camiones durante el día y aprovechar la colaboración cívica para trabajar sin imposiciones y con visión de futuro por el bien de Quito.