La tierra tiembla por doquier. Ayer fue Haití, al poco tiempo, Chile. Le siguieron Argentina, Perú, Nicaragua, Ecuador y Taiwán.
La sociedad entera ha reaccionado frente a las evidencias y nadie toma las riendas y responde ante la interrogante que planteamos: ¿Estamos preparados?
Vamos por partes. El director del Instituto Geofísico de la Politécnica dijo que entre el 60 y el 70% de las construcciones no resistirían un terremoto fuerte.
Se flexibilizaron las ordenanzas, la construcción antisísmica es apenas requerida. Las facultades de Ingeniería y Arquitectura no priorizan la enseñanza de sistemas constructivos reforzados en una topografía proclive a los movimientos telúricos. Se impone una auditoría seria.
La mayoría de hospitales, de por sí escasos, no tienen equipos de generación eléctrica propios.
Las lecciones de Chile y Haití desnudan flaquezas. La comunicación es una de ellas y se carece de tecnología de última generación para afrontar una catástrofe. La seguridad para evitar saqueos puede ser otro punto débil.
La infraestructura vial sufre destrozos por inviernos y deslaves. Es imaginable lo frágil que se puede tornar en un gran terremoto.Hace falta diseñar un plan nacional. Hay que impulsar campañas educativas en las escuelas.
La plata y los recursos que se usan en publicidad política y clientelar es mejor emplearlos en prevención y programas educativos para que el pueblo sepa reaccionar ante los desastres. En vez de derrochar recursos en gastos clientelares es hora de crear un fondo de contingencia.
Hay que convocar a toda la sociedad para un diálogo franco y sincero que nos permita afrontar eventos catastróficos. Manos a la obra. Mañana quizá sea tarde.