Una semana después de la firma de la paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC, la decisión se somete a las urnas.
52 años de insurgencia, 280 000 muertos, destrucción y dolor podrán tener un alto, o al menos entrar en un momento distinto y esperanzador.
La guerrilla más antigua y sanguinaria de Colombia no se trazó límite alguno; más allá de la lucha militar, puso bombas, secuestró y soportó su actividad criminal con el narcotráfico.
El gobierno del presidente Álvaro Uribe debilitó a las FARC y su sucesor Juan Manuel Santos planteó un polémico proceso de negociaciones de cuatro años que culminó con la firma.
Pero el resultado de hoy es una oportunidad para la paz. No cabe la ingenuidad de pensar que todo está solucionado. La justicia transicional, las compensaciones económicas para el grupo narcoterrorista y su participación política abren serias interrogantes para el futuro de Colombia.
Sin embargo, era elegir entre esta opción o prolongar una guerra difícil de ganar por parte del Ejército regular.
Con la firma no acabarán las violencias de bandas criminales, paramilitares y grupos de traficantes. La mayoría tendrá derecho a expresarse frente al complejo tema; se debe tomar en cuenta la frustración de quienes no creen que este es el mejor camino pero que deberán aceptar la voz de las urnas.
Una vez más cabe decir que Ecuador debe prepararse para lo que venga y acompañar la paz de modo consciente.