La norma que promueve la reducción del tránsito vehicular para superar el severo problema de congestión de Quito incluye a las motocicletas y a los autos de alquiler conocidos como ejecutivos (aquellos que no están pintados de amarillo).
Se supone que los vehículos livianos de cuatro ruedas constituyen el problema mayor. Expertos consideran que con la restricción de circular un día a la semana en las horas de mayor congestión (consideradas como pico) se aliviará en un 20% la presión.
Sin embargo, los estudiosos han advertido que el parque automotor crece a un ritmo equivalente al 9% anual, con lo cual, en algo más de dos años, tendremos un volumen de autos similar al actual.
Otro tema esencial es la carencia de un servicio de transporte público suficiente, de calidad y con variedad de rutas que permita un traslado seguro y rápido a las distintas zonas de nuestra alargada capital. Mientras no haya buses abundantes, con frecuencias permanentes, la solución buscada va a ser peor que el problema que se intentó solucionar.
Ya hemos dicho que la mentada alternativa de la bicicleta no funciona para Quito, por sus cuestas, por su clima, por la carencia de rutas exclusivas y por las distancias enormes y la dificultad de acceso desde los valles.
No se entiende que se pretenda impedir que los motociclistas circulen. La moto es un vehículo de dos ruedas que puede generar otro tipo de problemas: contaminación, seguridad en el tránsito por su maniobrabilidad y versatilidad, pero nunca congestión.
Además, si tenemos un notable déficit de transporte público, se debería autorizar, aunque sea de modo temporal, a los taxis ejecutivos para que alivien la demanda.