Las dos candidaturas presidenciales en el Perú siembran interrogantes sobre el futuro del vecino país del sur. Ambos candidatos populistas ofrecen atender el deteriorado panorama social. Los técnicos en sondeos califican que hay un empate técnico.
Keiko Sofía Fujimori ofrece una opción de menor riesgo e inestabilidad. No habla de cambios constitucionales y se pensaría que el modelo económico no corre peligro. Sin embargo, a su campaña presidencial le persigue la sombra de su padre. Keiko fue primera dama durante el gobierno de Alberto Fujimori, tras la separación conyugal de su padre y su madre, Susana Higuchi.
Alberto Fujimori está en prisión por delitos contra los DD.HH. Las mismas causas que lo llevan a los libros de historia en la derrota del brutal terrorismo de Sendero Luminoso que dejó más de 90 000 muertos, le condenan por el abuso de los cuerpos de seguridad, con matanzas y torturas. Además, su gobierno, debido a las acciones del siniestro estratega Vladimiro Montesinos, acumula denuncias graves de corrupción.
Keiko se ha desenvuelto en la campaña entre promesas de distancia con el gobierno de su padre y ha efectuado, como casi todos los candidatos, ofertas demagógicas y clientelares para ocuparse de las capas más desposeídas que pese a la bonanza económica peruana siguen desatendidas.
Ollanta Humala es un misterio. Militar, combatiente en la guerra del Cenepa, ultranacionalista que utilizó símbolos fascistas, hace esfuerzos por desembarazarse de su antigua amistad con Hugo Chávez y cambia sus programas de gobierno para mostrarse más ecléctico.
Si gana Ollanta Humala su rumbo será una incógnita. Si triunfa Keiko Fujimori hay más certezas. Ambos tienen un gran reto: sacar al Perú de la pobreza.