Los temblores

Milagros Aguirre
maguirre@elcomercio.org

La tierra ha temblado en la mitad del mundo. Como para recordarnos nuestra pequeñez. Para hacernos ver lo minúsculos y frágiles que somos. Como para recordarnos la grandeza de la naturaleza. Para que no olvidemos la fuerza del viento cuando silba o la fuerza de las aguas cuando nos arrastra la corriente.

¿Será que nos pide respeto hacia ella? Nos ha mostrado el desastre ocasionado por las minas en Catequilla. Nos ha hecho ver el daño causado. Ha destapado algunas irresponsabilidades compartidas por quienes en su momento tomaron decisiones equivocadas alterando el paisaje e irrespetando las leyes y normas ambientales y de defensa de la naturaleza. Bien retrataba Humboldt a los quiteños: “Duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes y se alegran con música triste”.

La tierra ha temblado. Nos hace sentir pequeños, impotentes. Como impotentes nos hace sentir la pérdida del bosque y el deterioro y cambio radical del paisaje.

Pero hay otros temblores. Algunos, que bien recoge el humor popular y que han sido posteados en las redes sociales al minuto del temblor capitalino: “No es un temblor, es una percepción”, “se formará una comisión para investigar hasta las últimas consecuencias a estos tembloristas y saboteadores, que solo quieren hacer daño al país”.

Vivimos en las faldas de un volcán y hemos rellenado quebradas para asentar ahí mismo nuestras casas, así que hemos de acostumbrarnos a los temblores. Pero la cosa es que hay temblores y temblores. Hay los temblores del dengue, por ejemplo, que se quitan con paracetamol. Pero hay otros más fuertes. Está, por ejemplo, el temblor de los maestros y sus familias que aún no se aclaran qué mismo va a pasar con sus ahorros y sus fondos previsionales. O el de los trabajadores de las telefónicas, que ven que tambalea el pago de deudas adquiridas o los planes que se habían hecho para gastarse las utilidades que año a año reciben.

Pero hay más temblores: los de los miembros del Gabinete cada vez que hay sesión, sobre todo si no han cumplido muy bien con las tareas. O los temblores y estertores emocionados de los asambleístas al aprobar el Código Monetario o el nuevo Código Integral Penal. ¡Qué decir de los temblores que deben sentir los periodistas cuando llega la hora de la sabatina o cuando llega el espacio publicitario de la Secom titulado la libertad de expresión ya es de todos!

Tiembla. Todo tiembla, cuando la Corte Constitucional va a dictar sentencia de tantas páginas como una montaña para dar a luz una resolución tan pequeña como la de un ratón. Tiembla, todo tiembla, cuando se anuncia la reelección. O cuando se manifiesta por el Yasuní. Unos tiemblan de emoción. Otros, de miedo. Pero todos, casi todos, parece, se van acostumbrando a vivir en esa tensión y en ese vértigo igual que a vivir entre fuegos de volcán y sobresaltos de la naturaleza.

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