Manuel Terán
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Un reportaje de este Diario da cuenta que, en gran parte de los países del orbe, se ha puesto de moda el retorno a las prácticas autoritarias.
Naciones surgidas luego del desplome del comunismo, que no tuvieron tradición democrática, han encontrado en los liderazgos fuertes, hegemónicos, apoyados por boyantes economías sustentadas básicamente en los altos precios de las materias primas en los mercados internacionales, la supuesta alternativa a la democracia occidental que, según ellos, ha fracasado en el mundo desarrollado. Esta especial coyuntura que les proporciona un flujo de dinero suficiente como para mantener el espejismo que las mejoras que se encuentran experimentando se deben a una adecuada gestión económica de sus gobernantes, cuando desaparezca los volverá a la realidad y constatarán que lo único que aconteció fue un derroche de recursos inusitados; y, al momento de la escasez, percibirán que nunca salieron del estado incipiente en que se encontraban, para enfrentarse a situaciones más duras y aún en peores circunstancias de las que pensaron habían escapado. Pero no solo eso. Les costará mucho desenredar la espesa red legal que el autoritarismo les herede para poder volver a poner en marcha una institucionalidad respetuosa de las libertades, en las que los ciudadanos no se sientan acosados o perseguidos por una normativa puesta al servicio de la maquinaria partidista o del grupo en el poder. Se habrán perdido oportunidades irremplazables de avanzar en forma adecuada creando riqueza.
No hay nada de novedoso en los totalitarismos actuales. Han reproducido las formas de antaño que apelaron al sentimiento nacional para lograr captar adeptos a favor de sus causas. Les fue útil para estigmatizar a sus rivales políticos y presentarlos como enemigos de sus naciones, por el solo hecho de no adherir a su proyecto concentrador. Pero, como enseña la historia, estas experiencias culminan cuando las poblaciones hastiadas de los controles férreos, de los desatinos y desafueros, les retiran su apoyo y todo se derrumba como un simple castillo de naipes.
Lo que ha perdurado en los países más desarrollados del planeta es una forma política en la que el respeto a la norma está profundamente arraigado en cada ciudadano, el cual sabe de antemano que nadie, cualquiera que sea la condición que ostente, está por encima de la ley. No se dictan leyes o se hacen reformas con especial dedicatoria, sino que el marco jurídico rige para todos sin favoritismo en particular. Así han llegado al grado de desarrollo del cual gozan, no por el advenimiento de iluminados que les brinden u ofrezcan condiciones de bienestar material, sino que ha sido la edificación institucional la que ha permitido el resultado final.
La tentación totalitaria siempre estará allí, acechando a los verdaderos demócratas. El ejercicio de la tolerancia no siempre es una práctica fácil pero, a no dudarlo, es el mejor mecanismo para superar diferencias y resolver impases que, de otra manera, se tornarían insalvables.