El domingo todos los habitantes de Quito y sus cercanías – acaso con alguna excepción- sentimos otro sismo.
Aunque los expertos lo catalogan como de una intensidad moderada el susto fue evidente y la gente respira cierto temor e intranquilidad.
Es que el hecho de que el epicentro esté localizado en Puembo y su profundidad no haya sido mayor hizo sentir el temblor con fuerza.
Pero la repetición de un sismo similar con menos de un mes de frecuencia tiene el valor de volvernos a una realidad que acaso de modo inconsciente queremos olvidar. Esta es tierra sísmica, de volcanes, ríos feraces, inundaciones grandes y deslaves. Los ecuatorianos debemos estar preparados siempre para saber afrontar estos eventos.
Las duras y tristes consecuencias del os terremotos de Manabí y Esmeraldas de abril nos deben hacer madurar como sociedad. El esfuerzo colectivo debe conducirnos a reforzar estructuras vulnerables de cuarteles de soldados, policías y bomberos, que tienen que actuar en caso de catástrofes. Es menester la protección de escuelas, recintos universitarios y coliseos- potenciales albergues – , de hospitales, y revisar técnicamente su estructura y condiciones.
Lo mismo debiéramos hacer con nuestras construcciones de vivienda.
En Quito y otras ciudades terremotos como los de Chile y Haití, serían devastadores. No se trata de alarmar sino de hacer conciencia y actuar ya en tareas de prevención y educación. Es vital.