Sucedió hace un año en El Cielito, en el cantón carchense de Mira. Desde hace tres meses sucede en Buenos Aires, en el cantón imbaburense de Urcuquí. Las vetas de oro de las montañas despiertan la esperanza de miles de mineros artesanales.
Llegan de distintos puntos del país atraídos por la posibilidad de hallar oro después de socavar las paredes de las montañas con técnicas rudimentarias. Sus condiciones de vida son básicas y alteran las de comunidades como la de Buenos Aires, dedicada a la agricultura.
Desde luego, la llegada de miles en busca del sueño del oro dinamiza la economía de los vecinos dedicados a las actividades de servicios como la alimentación, las vituallas y el transporte, pero el balance final resulta, sin duda, negativo en varios aspectos.
Sin estudios ni autorizaciones, poniendo en riesgo la vida, estos mineros horadan las montañas y producen un alto impacto sobre el ambiente. En esas condiciones, los daños son mayores que los beneficios de cortísimo plazo.
Existe un debate amplio sobre la explotación minera en el Ecuador, y el consenso es evitar impactos indeseados por la explotación, a cualquier escala, sobre las fuentes de agua y sobre la naturaleza en general. Las autoridades deben ampliar su vigilancia.
Por ahora, la Policía y la Gobernación de Imbabura combaten esta actividad ilegal. Y la Fiscalía provincial ha iniciado procesos contra 30 personas. Pero es evidente que hace falta más controles y mayor conciencia.