En una sesión de emergencia, 128 de los 193 estados que integran la Asamblea de la Organización de Naciones Unidas (ONU) votaron contra el reconocimiento delpresidente Donald Trump de Jerusalén como capital de Israel.
Su declaración, hecha hace menos de tres semanas, ya había levantado críticas mundiales porque imponía razones de política interna sobre un tema que necesita un tratamiento diplomático sutil y que agudiza las tensiones en una zona frágil como el Oriente Medio.
La Asamblea de la ONU pidió al Poder Ejecutivo de Estados Unidos que diera marcha atrás en la implementación de una promesa de campaña del presidente Trump, aunque la votación no es vinculante. Es difícil esperar que haya un cambio de posición de parte de un Presidente que impone su estilo voluntarista también en la agenda de la política exterior de su país.
Más aún, su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, lanzó una advertencia al recalcar que colocarán la Embajada en Jerusalén porque es lo correcto. Dijo que Estados Unidos recordará el voto cuando un país le pida apoyo financiero o político, o cuando se le vuelva a reclamar que sea el principal contribuyente al presupuesto de la ONU.
Jerusalén es cuidad sagrada para las tres religiones monoteístas y tiene un gran contenido simbólico religioso; la decisión estadounidense complica más las negociaciones de paz. Lamentable que un llamado de atención de tal magnitud sea simplemente ignorado.