NUEVA CORTE, GRANDES RETOS

La nueva Corte, cuyo presidente es justamente uno de los magistrados de la anterior estructura, nace con una innegable responsabilidad: mostrar independencia, solvencia moral y capacidad profesional.

Cabe darle tiempo para que se organice, más allá de lo expedito de su configuración en salas, y esperar que los jueces empiecen a navegar en las aguas profundas de los miles de juicios, innumerables expedientes y millones de fojas de los procesos acumulados.

Las causas pendientes merecen tiempo de estudio, ni tanto que postergue la indispensable celeridad, ni tan poco que cree prisas inopinadas para resolver los juicios por presiones políticas y menos coyunturales.

El Estado de Derecho se fundamenta en la independencia de los poderes y justamente esa será la prueba de fuego de la nueva Corte. El mecanismo sui géneris empleado para la nominación de magistrados, la sensación de un tutelaje del Poder Ejecutivo y la indudable injerencia que emana de la frase presidencial de meter las manos en la justicia no debe ni puede empañarla. Eso es precisamente lo que la ciudadanía cuestionó de antiguos procedimientos y es algo que no debe repetirse. Si la Corte actúa con pulcritud y sin presiones, no debieran ser de despacho urgente casos visibles como el de diario El Universo. Su análisis merece serena y justa reflexión. No es buena señal que varios magistrados de la Sala Penal tengan vínculos recientes con el movimiento de Gobierno. Justamente eso los obliga a mostrar su independencia y probidad.

Habría que saber qué opina de todo esto el juez Baltasar Garzón, veedor de cuantiosos emolumentos y poca atención al proceso, ocupado como está en solventar sus propias causas ante la justicia española.

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