La alerta sobre el uso de drogas en jóvenes adolescentes y aun en niños ha llevado, con buen criterio, a las autoridades de la Policía y el Ministerio de Educación a desplegar esfuerzos para emprender en tareas de prevención.
Canalizar la información, empero, no es tarea fácil. Los educadores pueden poner buena voluntad y capacitarse para alertar a la comunidad estudiantil sobre los peligros que acechan y las duras consecuencias del uso de las drogas, pero ese contacto no siempre es efectivo.
Lo que la reportería constata es que el esfuerzo por capacitar y volcar esa información en el aula no siempre es eficaz y el mensaje no llega a todos. Apenas un núcleo del estudiantado recibe el mensaje, y por ende su impacto no resulta suficiente.
La lucha contracorriente está en los alrededores de los centros educativos, donde los vendedores se instalan y las redes de microtráfico operan como verdaderas bandas y alertas ante la presencia de autoridades de los colegios y las escuelas y de la Policía. Quienes delinquen vendiendo drogas recurren a varios mecanismos para atraer a los jóvenes, primero para que sientan curiosidad y prueben la droga, y luego para que sean clientes frecuentes.
El trabajo de la Policía, el Ministerio de Educación y los maestros debe estar acompañado de una familia atenta que detecte temprano el comportamiento extraño y provoque una respuesta adecuada. Toda una tarea conjunta.