La tarde del 24 de mayo de 1981, hace 30 años, una noticia sacudió al Ecuador. El joven presidente Jaime Roldós Aguilera, su esposa Martha y su comitiva morían fatalmente en un accidente de aviación.
Por la mañana, en un acto donde condecoró a los héroes de Paquisha y a las familias de los soldados inmolados, el Mandatario escuchó una sonora silbatina. Los gastos de la confrontación bélica le pasaron factura al erario nacional y el costo se trasladó al precio de la gasolina: el impacto social era innegable.
Casi dos años antes, el 10 de agosto de 1979, en una mañana radiante, el Presidente se posesionaba ante la Cámara Nacional de Representantes. En su rostro luminoso y su palabra fluida se advertía todo el ímpetu de un sueño por un cambio “prudentemente audaz”, como dijo Roldós.
Salíamos de unos años de gobiernos militares que llegaron junto con el atractivo brote de la producción petrolera y se fueron dejando el poder a los civiles. Los dignatarios eran dos jóvenes con ideas innovadoras. “La fuerza del cambio” fue su lema de campaña y tras la candidatura de Concentración de Fuerzas Populares-Unión Demócrata Cristiana, de Jaime Roldós y Osvaldo Hurtado, llegaba el impulso de una generación nueva, una carta constitucional aprobada por el pueblo en referendo en enero de 1978 y la ilusión por derrotar la pobreza extrema, la inequidad, el atraso.
La de Roldós era la visión de un demócrata que vislumbraba un cambio en paz, respetuoso del pensamiento ajeno y consciente de sus limitaciones.
Su palabra diáfana, su pensamiento ecléctico, su convicción democrática se extrañan 30 años después, en estos tiempos de confrontación elevada a categoría de acción política desde el poder de la Nación.