Distintas manifestaciones de violencia estremecen a la colectividad. A los vergonzosos episodios de linchamientos y “justicia indígena” y al aumento de la violencia pública se suman la intolerancia y la violencia sectaria de quienes dicen tener una visión ideológica llevada a la calle como campo de batalla.
Un supuesto neonazi fue asesinado. Clandestinamente aparece en la televisión su victimario confeso atribuyéndose militancia en una brigada antifascista argumentando defensa propia. Se dice que se entregará hoy a la justicia.
Distintas fuentes refieren la presencia de grupos fanáticos en el Ecuador; las características se asocian con símbolos fascistas y nazis. Muchos admiran a Hitler y los métodos repudiados por la conciencia civilizada de la humanidad que desembocaron en el Holocausto. Hablan de limpieza para amedrentar a homosexuales y prostitutas, lo que ellos llaman escoria de la sociedad.
Muchos periodistas han sido víctimas de sus amenazas y brutales agresiones como una locutora radial hace un par de años. Los cabezas rapadas (Skin Heads) tienen origen en Europa donde su accionar ha subido de tono y sus víctimas han sido inmigrantes, inclusive ecuatorianos. Sus ideas se expanden en páginas web y las consignas se advierten en pintas de grafitis por las ciudades.
Ante estas facciones, otros dicen que se agrupan para combatirlas y defenderse. La violencia de unos y otros no se justifica. La sociedad está llamada a derrotar al miedo y el silencio y denunciar a los grupos extremistas y violentos.
El Ministerio Público y la Justicia deben investigar y procesar a estos grupos. Ni a nombre de una ideología ni en su contra la sociedad debe permitir la proliferación de la intolerancia disfrazada de política y reivindicación social.