Una vez más la noticia trágica se expresa en 14 muertos y 21 heridos en las vías.
Esta vez, muy cerca de Quito, un autobús se precipitó a un barranco de 60 metros. 50 personas de los equipos de rescate tardaron horas, por lo escarpado del terreno rocoso, lo cual nos lleva a preguntar si tenemos suficientes equipos para acceder a zonas difíciles y hacerlo con la mayor velocidad para salvar vidas.
El equipamiento de Bomberos, Policía, Cruz Roja, más allá de la voluntad y el evidente esfuerzo personal, debe ser una preocupación prioritaria.
Los datos, además, nos muestran que el accidente de tránsito sigue siendo la primera causa de muerte en el grupo etario de entre 15 y 29 años, según la Organización Mundial de la Salud.
Pero la estadística no queda allí. Este año 17 532 personas han quedado heridas, mutiladas o incapacitadas para el trabajo y reciben terapia y apoyo. La secuela de los accidentes lastima el cuerpo, el alma y la economía.
Aunque de accidentes como el de Oyacoto sea muy pronto para determinar las causas, la impericia de los conductores y las fallas mecánicas se repiten. Una vez más, nos preguntamos si valió la pena flexibilizar los controles para el transporte masivo. Tal vez, cuanto más supervisión, menos oportunidades de accidentes habrá. Es recurrente la fuga de los conductores aunque existan penas duras.
El alto precio de vidas y secuelas de heridos lastima a toda la sociedad.