Los servicios hospitalarios de Guayaquil no dan más. La demanda creciente por el invierno, el fin del Programa de Aseguramiento de Salud que administraba el Municipio porteño y una infraestructura caduca, son las causas de una enfermedad que se puede volver crónica.
Los pacientes llegan a los pocos y viejos hospitales de la ciudad más poblada del país, con cuadros que se repiten: enfermedades del estómago e intestinales, afecciones respiratorias y hasta el dengue estacional.
La mayoría viene de barrios marginales: El Guasmo, Bastión Popular, Prosperina, el Suburbio, Mapasingue o Trinitaria. Otros llegan como pueden desde cantones alejados.
Todos se encuentran con el mismo panorama: largas colas, camillas compartidas, atención en los pasillos y ahora unas carpas improvisadas.
Para colmo, por voluntad del Gobierno, recién se cerraron los centros que llevaba el Municipio con el Programa de Aseguramiento Popular (PAP). Esa carga adicional en época de invierno y demanda creciente agravó la situación. No se calculó la oportunidad de esta medida y no hubo una preparación adecuada para asumir la demanda que deberían soportar los centros de salud pública por esta carencia forzada.
Llegaron brigadistas de la Sierra. Hace poco también se contrataron médicos para los equipos básicos de salud, pero, según los trabajadores del Ministerio, no cumplen su rol.
Pero existe una razón, también poderosa y anclada en el tiempo. La infraestructura sanitaria en Guayaquil no ha crecido en proporción a la explosión demográfica. Los equipos están obsoletos y las construcciones, vetustas.
“La salud ya es de todos”. Sólo otra fórmula de la cansina propaganda oficial.