Otra vez, la violencia rodeó a un escenario deportivo. Esta vez el escenario de agresión y destrucción fueron las inmediaciones del estadio de Sangolquí, donde ejerce de local el cuadro de fútbol Independiente del Valle.
Los hinchas, una pequeña parte de ellos, pero suficiente para incordiar y formar batallas campales, atacaron a los policías y embistieron contra bienes públicos y privados por cuanto la capacidad de alguna de las tribunas ya no daba abasto.
Por ahora, se sigue un juicio contra 40 de ellos, pero el daño ya está hecho y no solo a la integridad personal y física y a bienes ajenos sino al prestigio de la institución deportiva cuyas camisetas visten sin merecerlo.
Los fanáticos, si tienen la razón cegada por la pasión, no deben estar en los escenarios deportivos. La peligrosa deriva de violencia ya se ha cargado vidas inocentes.
En la mismísima cuna del fútbol, Inglaterra, la presencia de los ‘hooligans’ fue tan insoportable que hubo que establecer penas y sanciones. Pero hoy, los partidos ya se juegan sin mallas. En Argentina, otro país que no ha sabido canalizar la pasión desbordada, se juega los partidos sin hinchadas de equipos visitantes.
Más allá del lenguaje bélico que rodea al fútbol, la solución debe ser radical y urgente. Esto sucede mientras se retira a la Policía de los escenarios y se quiere quitar las mallas. Al parecer, todavía no estamos preparados.