Están en pleno apogeo los actos culturales, cívicos y artísticos programados por la fecha elegida para festejar a Guayaquil.
Más allá de una discusión -que, por compleja, se vuelve bizantina- sobre el dato certero de la fundación, lo que los guayaquileños y todos los ecuatorianos celebramos es el espíritu que junto con la ciudad fecundó en la búsqueda del progreso de sus habitantes, así como su influencia en el acontecer nacional.
En esta ocasión, la fiesta junta un episodio que llama la atención. Por primera vez en una década el Presidente de la República y el Alcalde de Guayaquil compartirán una sesión solemne.
Durante diez años se mantuvieron actos divididos donde, por encima de la fiesta cívica, la visión de un país dividido y confrontado primó sobre la actitud abierta y dialogante que fechas como estas exigen de sus dirigentes.
Por fortuna, esta vez no habrá problema en que las autoridades nacional y local compartan escena y protagonismo. De las diferencias políticas e ideológicas de ambos mandatarios, quién no sabe.
Esas visiones, por lo demás, consustanciales a la naturaleza humana, son cosa normal que los líderes que se consideran o dicen demócratas deben aceptar como parte del diario vivir.
La demostración de la generosidad de espíritu es compartir no solo con las personas que tienen una misma visión de país sino, especialmente, con los distintos. Esa condición política muestra un grado de convivencia civilizada que es hora de empezar a retomar.