El compromiso del Gobierno socialista de Grecia fue, hace un año, ajustar sus gastos y dimensionar el tamaño de la economía para atender el abultado déficit y una deuda gigantesca. No se hizo lo acordado. Se vuelven a prender las alarmas y ahora la preocupación cunde en toda Europa.
La crisis griega provocó, en su primer episodio, grandes manifestaciones e inquietud en los sindicatos. Se atribuyó al millonario gasto en infraestructura para los juegos olímpicos buena parte de la carga de endeudamiento. Entonces, la comunidad internacional se preocupó. No tanto por los severos impactos sociales que suponía una quiebra de la economía griega, sino por el efecto dominó que podía generar, en atención al alto grado de interdependencia de los sistemas financieros del mundo.
Hace un año, además, se revelaron las falencias de otras economías como las de Portugal, Italia y hasta España. El efecto en la Península Ibérica se siente. España tiene 26% de desempleo, una recesión galopante, la petición de elecciones anticipadas para la presidencia del Gobierno a cargo de los opositores del Partido Popular (liberal) y la derrota reciente en elecciones seccionales del partido gobernante PSOE (socialista). Además, las protestas populares estimuladas desde la sociedad civil y los movimientos de los indignados han copado calles, plazas y portadas de diarios del orbe.
Giorgo Papandreou, presidente griego, ofrece soluciones para la próxima semana. Ajustes impopulares, privatizaciones, recortes por 78 000 millones de euros para acometer pagos de una deuda de 110 000 y cuyo plazo es perentorio. Es difícil creer que haga en siete días lo que ha sido incapaz de hacer en un año entero. Europa espera con el corazón en la boca. Y los bolsillos apretados.