En España se encendió la mecha. A la gran convocatoria de todos los sindicatos generales españoles se sumaron marchas, manifestaciones y protestas en países como Italia, Alemania, Francia, Portugal o Bélgica, y aun en Chipre y Malta.
La crisis española ha tensado la cuerda social al límite. Es así como en las principales ciudades del país ibérico los poderosos y multitudinarios sindicatos unidos en el propósito lograron -según sus propios datos- paralizar al 52% de los funcionarios, al 75% de la educación pública y privada y al 40% del transporte.
La situación española es calamitosa. El gobierno de Mariano Rajoy no ha tenido un solo día de descanso, desde que ganó las elecciones, asolado por la crisis. Los ajustes son fuertes, el desempleo es del 25% y los desahucios de los deudores de la banca mantienen miles de viviendas vacías y a los desalojados en la vía.
La crisis española se expandió como reguero. Portugal organizó la más fuerte protesta en democracia. Alemania, donde las huelgas están prohibidas, vivió protestas y las grandes ciudades de Italia -como Roma, Milán y Turín- fueron escenarios de fuertes enfrentamientos entre policías y manifestantes.
Los ciudadanos europeos en varios países se indignaron. En Francia hubo brotes de protesta social, lo mismo que en Grecia, otro país víctima de una profunda crisis económica y social, y las repercusiones llegaron hasta Chipre, Malta y la pacífica Bélgica.
El descontento es tan profundo y las respuestas políticas tan magras e ineficaces que hay quienes creen que el sistema monetario, sostenido contra viento y marea por el Banco Central Europeo, podría tambalear. Una consecuencia más grave que la propia enfermedad que lo amenaza.