Lluvias, aguaceros, inundaciones y deslaves. Las palabras claves de una secuencia sistemática que delata que el invierno está en el país. Los pronósticos de organismos científicos internacionales que advirtieron a tiempo de fuertes temporales en la parte norte de Sudamérica nos debieron obligar a estar preparados para la estación esperada.
Cada año, el deslizamiento de tierras y el desborde de los ríos que se salen de su cauce desnudan las flaquezas de la infraestructura física. Carreteras con capas deleznables de pavimento, mesas removidas como si de endebles terrones se tratase, costosas obras que se las lleva el río, puentes que desaparecen como si fuesen de cartón y, lo más grave, viviendas arrasadas en barrios marginales de poblados y ciudades, especialmente las asentadas en la Costa.
Pero, además, los baches en las ciudades son cada vez más profundos y de los deslaves no se libra la propia capital, como ha ocurrido en la avenida Simón Bolívar, una importante carretera perimetral de intenso tráfico y alta velocidad de circulación.
La poca preparación nos evidencia que no solo la arrugada topografía es causa de la pérdida de la infraestructura, sino que la planificación no está sustentada en los estudios que denotan las zonas proclives a la inundación o al deslave.
Diario EL COMERCIO se encuentra realizando recorridos por distintas zonas del país. En los siguientes días podremos en escena algunos de los ejemplos de aquellas zonas recurrentes donde los daños materiales suelen presentarse con mayor rigor y particular repetición.
Los datos que publiquemos pueden ser una guía útil para quienes circulan por el país, pero sobre todo una alerta necesaria para las autoridades a fin de sustentar mejor la infraestructura que al país le cuesta millones.