Ayer se cumplió un encuentro inusual. En una ceremonia oficial de la Contraloría se juntaron el presidente Rafael Correa y el alcalde Jaime Nebot.
El hecho de que dos autoridades que cumplen tareas de alta representación se junten, saluden y hasta conversen no debiera ser nada fuera de lo común.
Pero en el Ecuador lo es. Hemos vivido largos años de desencuentros. La polarización ha marcado la vida política y pública del país y eso a nada bueno conduce. El tono del lenguaje político, el talante crispado de algunos de sus líderes y la división de ideologías y filiaciones políticas no ha podido ser procesada con madurez ni sensibilidad por los actores políticos ni los referentes nacionales.
Tal vez el momento económico complicado y el desgaste de una puesta en escena tensa y permanente donde el insulto y hasta una dosis de prepotencia para instalar las posturas políticas sin reconocer las virtudes de los rivales pasaron ya. La posibilidad de una discrepancia que debe ser consustancial al debate civilizado ya nos parecen cosa extraña.
El encuentro de Rafael Correa y Jaime Nebot que no sin curiosidad y hasta perplejidad registraron las cámaras de televisión y los fotógrafos, debe marcar un nuevo momento de entender y encarar las relaciones de una sociedad que por si diversidad cultural, regional y política es un rompecabezas de gente que actúa y piensa distinto y es además su propia riqueza.
Que el encuentro sea una señal positiva y una actitud permanente de los líderes.