El discurso de Donald Trump, duro con los latinos y los inmigrantes sin papeles en regla, no fue solo cosa de campaña.
Ya en una de sus primeras entrevistas remarcó que deportará a tres millones de personas que no tienen papeles y además tienen temas pendientes con la justicia. La cifra difiere del anuncio de campaña de deportar a 11 millones, pero es igualmente preocupante.
Escuchar el esperpento de aquella idea de levantar un muro que blinde la frontera entre México y Estados Unidos no solo es una aberración conceptual sino un imposible. Físicamente no hay manera de hacerlo. Si se construye tardaría años en levantarse y la obra costaría muchos millones de dólares.
Si el mundo luchó por derribar el Muro de Berlín y ve con recelo aquel que se levanta entre los territorios palestinos e Israel, el muro de Trump sería una nueva ignominia difícil de aceptar.
Lo paradójico de este enfoque es que estados Unidos es un país de migrantes. Ingleses, franceses, mexicanos y toda clase de hispano-parlantes, italianos, árabes e israelitas, nutren esa cultura cosmopolita y generan recursos.
Para el Ecuador, Estados Unidos es un país con el cual la relación comercial es indispensable. La presencia de ecuatorianos en distintos estados penetró y se enraizó, pues su aporte al trabajo y la creación de riqueza son vitales.
El nuevo gobierno de Ecuador tendrá una misión clave para que la administración Trump valore a nuestra comunidad y la reconozca plenamente.