La comunidad científica internacional ha demostrado de modo fehaciente la fragilidad del planeta. Pese a los datos, evidencias y advertencias, las potencias no asumen su responsabilidad.
Parecería que la supervivencia del ser humano en la tierra, la innegable importancia de tener agua, aire y condiciones adecuadas para la existencia y la producción fuesen cosa de películas de ficción, de un futuro que nunca llegará.
Una vez más, la Cumbre Mundial sobre Cambio Climático, reunida en Lima durante varios días, con la presencia de altas autoridades de varios países, terminó sin acuerdos. Hubo la contra-cumbre, que siempre dramatiza la realidad y desnuda a los responsables.
Se trataba de lograr un compromiso para reducir el efecto invernadero. El Protocolo de Kioto suscrito hace 17 años fue aplaudido en su momento, y aunque era vinculante, los países desarrollados lo dejaron en letra muerta. Ni Estados Unidos ni China lo firmaron.
Otras potencias emergentes sostienen que no sacrificarán su crecimiento y progreso por un acuerdo de este tenor.
En la contra-cumbre el tema de Ecuador se hizo presente. El Gobierno, que bogó por mantener el petróleo bajo tierra, no pudo obtener recursos de la comunidad internacional y ahora se apresta a romper su compromiso y extraer petróleo en una zona del Parque Nacional Yasuní.
No siempre la buena voluntad basta para sostener los discursos, hay que tener convicción y líneas claras de acción. Es el dilema del mundo que vivimos.